Hoy nos enseñan a (mejor dicho, nos adoctrinan para) "ser tolerantes". La tolerancia se nos presenta como una virtud democrática con mayúsculas.
La tolerancia en general es la aceptación de lo malo; toleramos lo que nos molesta o lo que nos daña (desde los ruidos de los vecinos hasta los efectos de la quimioterapia). No necesitamos tolerar a los seres que queremos, o aquello que deseamos, o lo que consideramos bueno. En este sentido, es absolutamente indeseable.
En su mejor acepción, la tolerancia es un freno a la perfección; se supone que debemos tolerar a quien no piensa o vive como nosotros, a quien deberíamos querer pero no queremos porque no se ajusta a nuestra manera de pensar a vivir. Pero a estas personas no debemos tolerarlas: ¡debemos aprender a amarlas!
De hecho, no hay mayor "intolerancia" que la de la Verdad. La Verdad no puede aceptar lo que no es suyo, es decir, la mentira. La Verdad no puede "bendecir" opiniones erróneas, no puede abrazar como bueno lo que es malo, como hermoso lo que es feo; las Verdad está por encima de los debates y los consensos. La Verdad no puede negarse a sí misma.
Por eso estoy convencido de que la tolerancia es una actitud más propia del necio que del sabio. Aprendamos a conocer y desear lo bueno; luchemos contra lo que sea malo, y amemos lo que es bueno.
¿Y qué es bueno? La Verdad nos lo revela. ¿Y cómo conocer la Verdad? Andando el Camino...
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